EL TRAJE DE DON BELTRÁN

En el siglo XV, aunque la corte era todavía itinerante, la villa de Madrid era uno de los lugares preferidos por la dinastía de los Trastámara para pasar largas temporadas. Existía en la villa, por aquel entonces, un pequeño taller de costura de excelente reputación entre la aristocracia, por los materiales con los que trabajaba y por su calidad en la manufactura.

La notoriedad de aquel comercio quedó definitivamente confirmada cuando la reina doña María de Aragón, esposa de Juan II y madre de Enrique IV, encargó un lujoso vestido con el que quedó impresionada y plenamente satisfecha.La fama de los bordadores de la villa se extendió y aumentaron los clientes, sobre todo de la corte; los materiales utilizados eran cada vez más lujosos y costosos, y los encargos más sofisticados. El negocio se consolidó y el pequeño taller cercano a la plaza del Arrabal se convirtió en un potente y rico gremio de artesanos. El rey Juan II les cedió nuevos y próximos terrenos para que pudieran ampliar la actividad. Así surgió la que hoy conocemos como calle de Bordadores, que discurre entre las calles del Arenal y Mayor.

Una tarde había mucha agitación en uno de los talleres, las manos hincaban una y otra vez la aguja con brío y rapidez, de entre tantas telas destacaba una por su precioso acabado, debía de ser un encargo muy especial por el mimo con que estaba siendo tratada.

De pronto, el estruendo de unos fuertes golpes paralizaron el establecimiento, los artesanos se distrajeron por un momento de sus labores y quedaron a expensas de la situación. Al abrir la puerta, hizo acto de presencia un alcalde y tomó declaración jurada al jefe de taller:

-Por orden real del mismísimo Enrique IV, ¿le ha sido encargado por la reina Juana un traje para don Beltrán de la Cueva?

Los bordadores quedaron callados y sus miradas se desviaron al precioso telar donde se tejía con hilo de oro. Reaccionó el artesano de más edad diciendo:

-No. Aquí no nos ha llegado ese encargo.

Según terminó de pronunciar aquellas palabras, el alcalde volvió una vez más a preguntar:

-¿Y ese?-Señalando el traje de precioso acabado.

-Es para el extranjero señor Stronza- justificó el discreto artesano.

El alcalde echó la última ojeada por el taller y se marchó. Al cerrar la puerta los bordadores quedaron tristes, todo su trabajo en aquel traje no había servido para nada pues ya no lo podría lucir el señor Beltrán.

Esta historia es más que leyenda, don Beltrán de la Cueva, apuesto caballero de notable inteligencia, fue favorito de Enrique IV y amante de doña Juana de Avis. La reina dio a luz una niña a quien todo el mundo conocía como Juana la Beltraneja; a la muerte de Enrique IV, los partidarios de la Beltraneja se enfrentaron a Isabel,, la Católica, por los derechos sucesorios al trono.

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