SIGLO XVIII: EL NEOCLASICISMO
NARRATIVA
DIEGO
DE TORES Y VILLARROEL
Vida, ascendencia,
nacimiento, crianza y aventuras del doctor don Diego de Torres y Villarroel
JOSÉ FRANCISCO DE ISLA
Historia del famoso
predicador fray Gerundio de Campazas, alias Zotes
Su desgracia fue que siempre le deparó la suerte maestros estrafalarios y estrambóticos
como el cojo, que en todas las facultades le enseñaban mil sandeces, formándole
desde niño un gusto tan particular a todo lo ridículo, impertinente y
extravagante que jamás hubo forma de quitársele. Y aunque muchas veces se
encontró con sujetos hábiles, cuerdos y maduros que intentaron abrirle los ojos
para que distinguiese lo bueno de lo malo [..,], nunca fue posible apearle de
su capricho: tanta impresión habían hecho en su ánimo los primeros
disparates (...).
De estas veinte y cuatro letras, unas se
llaman bocales, y otras consonantes. Las bocales son cinco: o, e, i, o, u.
Llámanse bocales porque se pronuncian con la boca.
—Pues, ¿acaso las otras, señor maestro —le
interrumpió Gerundico con su natural viveza—, se pronuncian con el cu...? —y
díjolo por entero.
Los muchachos se
rieron mucho. El cojo se corrió un poco; pero, tomándolo a gracia, se
contentó con ponerse un poco serio, diciéndole:
—No seas intrépido y déjame acabar lo que
iba a decir. Digo pues, que las bocales se llaman así porque se pronuncian con
la boca y puramente con la voz; pero las consonantes se pronuncian con otras
bocales. Esto se explica mejor con los ejemplos. A, primera vocal, se pronuncia
abriendo mucho la boca: a.
Luego que oyó esto Gerundico, abrió su
boquita y, mirando a todas partes, repetía muchas veces:
—a,a,a; tiene razón el señor maestro.
El maestro quiso saber si los demás
muchachos habían aprendido también las importantísimas lecciones que los
acababa de enseñar, y mandó que todos a un tiempo y en voz alta pronunciases
las letras que les había explicado. Al punto se oyó una gritería, una confusión
y una algarabía de todos los diantres. Unos gritaban a, a; otros e. e; otros 1,
i; otros o, o. El cojo andaba de banco en banco, mirando a unos, observando a
otros y enmendando a todos: a éste le abría más las mandíbulas; a aquel se las
cerraba un poco; a uno le plegaba los labios; a otro se los descosía, y en fin,
era tal la gritería, la confusión y la zambra, que parecía la escuela ni más ni
menos el coro de la Santa Iglesia de Toledo en las vísperas de la Expectación.
FRAY BENITO JERÓNIMO FEIJOO
Teatro crítico universal. Tomo primero.
Discurso XVI
Defensa de las mujeres
§. I
1. En grave empeño me pongo. No es ya sólo un vulgo ignorante con
quien entro en la contienda: defender a todas las mujeres, viene a ser lo mismo
que ofender a casi todos los hombres: pues raro hay que no se interese en la
precedencia de su sexo con desestimación del otro. A tanto se ha extendido la
opinión común en vilipendio de las mujeres, que apenas admite en ellas cosa
buena. En lo moral las llena de defectos, y en lo físico de imperfecciones.
Pero donde más fuerza hace, es en la limitación de sus entendimientos. Por esta
razón, después de defenderlas con alguna brevedad sobre otros capítulos,
discurriré más largamente sobre su aptitud para todo género de ciencias, y
conocimientos sublimes
§. IX
57. Llegamos ya al batidero mayor, que es
la cuestión del entendimiento, en la cual yo confieso, que si no me vale la
razón, no tengo mucho recurso a la autoridad; porque los Autores que tocan esta
materia (salvo uno, u otro muy raro), están tan a favor de la opinión del
vulgo, que casi uniformes hablan del entendimiento de las mujeres con
desprecio.
63. Nadie sabe más que aquella facultad
que estudia, sin que de aquí se pueda colegir, sino bárbaramente, que la
habilidad no se extiende a más que la aplicación. Si todos los hombres se
dedicasen a la Agricultura (como pretendía el insigne Tomás Moro en su Utopía)
de modo que no supiese otra cosa, ¿sería este fundamento para discurrir que no
son los hombres hábiles para otra cosa? Entre los Drusos, Pueblos de la
Palestina, son las mujeres las únicas depositarias de las letras, pues casi
todas saben leer y escribir, y en fin, lo poco o mucho que hay de literatura de
esta gente está archivado en los entendimientos de las mujeres y oculto del
todo a los hombre; los cuales solo se dedican a la Agricultura, a la Guerra y a
la Negociación. Si en todo el mundo hubiera la misma costumbre tendrían sin
duda las mujeres a los hombres por inhábiles para las letras, como hoy juzgan
los hombres ser inhábiles a las mujeres. Y como aquel juicio sería sin duda
errado, lo es del mismo modo el que ahora se hace, pues procede sobre el
mismo fundamento.
66. Lo propio sucede puntualmente
en nuestro caso: estase una mujer de bellísimo entendimiento dentro de su casa,
ocupado el pensamiento todo el día en el manejo doméstico, sin oír, u oyendo
con descuido, si tal vez se habla delante de ella de materias de superior
esfera. Su marido, aunque de muy inferior talento, trata por afuera
frecuentemente, ya con Religiosos sabios, ya con hábiles políticos, con cuya
comunicación adquiere varias noticias, entérase de los negocios públicos,
recibe muchas importantes advertencias. Instruido de este modo, si alguna vez
habla delante de su mujer de aquellas materias, en que por esta vía cobró un
poco de inteligencia, y ella dice algo que le ocurre al propósito, como, por
muy penetrante que sea, estando desnuda de toda instrucción, es preciso que
discurra defectuosamente, hace juicio el marido, y aun otros, si lo escuchan,
de que es una tonta, quedándose él muy satisfecho de que es un lince.
67. Lo que pasa con esta
mujer, pasa con infinitas, que siendo de muy superior capacidad respecto de los
hombres concurrentes, son condenadas por incapaces de discurrir en algunas
materias; siendo así, que el no discurrir, o discurrir mal depende, no de falta
de talento, sino de falta de noticias, sin las cuales ni aun un entendimiento
angélico podrá acertar en cosa alguna; los hombres entretanto aunque de
inferior capacidad, triunfan, y lucen como superiores a ellas, porque están
prevenidos de noticias.
JOSÉ
CADALSO
Cartas marruecas
De Nuño a Gazel, respuesta de la antecedente
(...) El siglo pasado no nos ofrece cosa que pueda
lisonjearnos. Se me figura España desde fin de 1500 como una casa grande que ha
sido magnífica y sólida, pero que por el discurso de los siglos se va cayendo y
cogiendo debajo a los habitantes. Aquí se desploma un pedazo del techo, allí se
hunden dos paredes, más allá se rompen dos columnas, por esta parte faltó un
cimiento, por aquélla se entró el agua de las fuentes, por la otra se abre el
piso; los moradores gimen, no saben dónde acudir; aquí se ahoga en la cuna el
dulce fruto del matrimonio fiel; allí muere de golpes de las ruinas, y aun más
del dolor de ver a este espectáculo, el anciano padre de la familia; más allá
entran ladrones a aprovecharse de la desgracia; no lejos roban los mismos
criados, por estar mejor instruidos, lo que no pueden los ladrones que lo
ignoran.
Si esta pintura te parece más poética que verdadera,
registra la historia, y verás cuán justa es la comparación. Al empezar este
siglo, toda la monarquía española, comprendidas las dos Américas, media Italia
y Flandes, apenas podía mantener veinte mil hombres, y ésos mal pagados y peor
disciplinados. Seis navíos de pésima construcción, llamados galeones, y que
traían de Indias el dinero que escapase los piratas y corsarios; seis galeras
ociosas en Cartagena, y algunos navíos que se alquilaban según las urgencias
para transporte de España a Italia, y de Italia a España, formaban toda la
armada real. Las rentas reales, sin bastar para mantener la corona, sobraban
para aniquilar al vasallo, por las confusiones introducidas en su cobro y
distribución. La agricultura, totalmente arruinada, el comercio, meramente
pasivo, y las fábricas, destruidas, eran inútiles a la monarquía. Las ciencias
iban decayendo cada día. Introducíanse tediosas y vanas disputas que se
llamaban filosofía; en la poesía admitían equívocos ridículos y pueriles; el
Pronóstico, que se hacía junto con el Almanak, lleno de insulseces de
astrología judiciaria, formaba casi toda la matemática que se conocía; voces
hinchadas y campanudas, frases dislocadas, gestos teatrales iban apoderándose
de la oratoria práctica y especulativa. Aun los hombres grandes que produjo
aquella era solían sujetarse al mal gusto del siglo, como hermosos esclavos de
tiranos feísimos. ¿Quién, pues, aplaudirá tal siglo?
Pero ¿quién no se envanece si se habla del
siglo anterior, en que todo español era un soldado respetable? Del siglo en que
nuestras armas conquistaban las dos Américas y las islas de Asia, aterraban a
África e incomodaban a toda Europa con ejércitos pequeños en número y grandes
por su gloria, mantenidos en Italia, Alemania, Francia y Flandes, y cubrían los
mares con escuadras y armadas de navíos, galeones y galeras; del siglo en que
la academia de Salamanca hacía el primer papel entre las universidades del
mundo; del siglo en que nuestro idioma se hablaba por todos los sabios y nobles
de Europa. ¿Y quién podrá tener voto en materias críticas, que confunda dos
eras tan diferentes, que parece en ellas la nación dos pueblos diversos?
(...)
La predilección con que se suele hablar de todas las
cosas antiguas, sin distinción de crítica, es menos efecto de amor hacia ellas
que de odio a nuestros contemporáneos. Cualquiera virtud de nuestros coetáneos
nos ofende porque la miramos como un fuerte argumento contra nuestros defectos;
y vamos a buscar las prendas de nuestros abuelos, por no confesar las de
nuestros hermanos, con tanto ahínco que no distinguimos al abuelo que murió en
su cama, sin haber salido de ella, del que murió en campaña, habiendo vivido
siempre cargado con sus armas; ni dejamos de confundir al abuelo nuestro, que
no supo cuántas leguas tiene un grado geográfico, con los Álavas y otros, que
anunciaron los descubrimientos matemáticos hechos un siglo después por los
mayores hombres de aquella facultad. Basta que no les hayamos conocido, para
que los queramos; así como basta que tratemos a los de nuestros días, para que
sean objeto de nuestra envidia o desprecio (...)
Noches lúgubres.
Noche
primera
TEDIATO y un SEPULTURERO
Diálogo
Diálogo
TEDIATO.- ¡Qué noche! La oscuridad, el silencio
pavoroso, interrumpido por los lamentos que se oyen en la vecina cárcel,
completan la tristeza de mi corazón. El cielo también se conjura contra mi
quietud, si alguna me quedara. El nublado crece. La luz de esos relámpagos...,
¡qué horrorosa! Ya truena. Cada trueno es mayor que el que le antecede, y
parece producir otro más cruel. El sueño, dulce intervalo en las fatigas de los
hombres, se turba. El lecho conyugal, teatro de delicias; la cuna en que se
cría la esperanza de las casas; la descansada cama de los ancianos venerables;
todo se inunda en llanto..., todo tiembla. No hay hombre que no se crea mortal
en este instante... ¡Ay, si fuese el último de mi vida, cuán grato sería para
mí! ¡Cuán horrible ahora! ¡Cuán horrible! Más lo fue el día, el triste día que
fue causa de la escena en que ahora me hallo.
Lorenzo no viene. ¿Vendrá, acaso? ¡Cobarde! ¿Le
espantará este aparato que Naturaleza le ofrece? No ve lo interior de mi
corazón... ¡Cuánto más se horrorizaría! ¿Si la esperanza del premio le traerá?
Sin duda..., el dinero... ¡Ay, dinero, lo que puedes! Un pecho sólo se te ha
resistido... Ya no existe... Ya tu dominio es absoluto... Ya no existe el solo
pecho que se te ha resistido.
Las dos están al caer... Ésta es la hora de cita para
Lorenzo... ¡Memoria! ¡Triste memoria! ¡Cruel memoria! Más tempestades formas en
mi alma que nubes en el aire. También ésta es la hora en que yo solía pisar
estas mismas calles en otros tiempos muy diferentes de éstos. ¡Cuán diferentes!
Desde aquélla a éstos todo ha mudado en el mundo; todo, menos yo.
¿Si será de Lorenzo aquella luz trémula y triste que
descubro? Suya será. ¿Quién sino él, y en este lance, y por tal premio, saldría
de su casa? Él es. El rostro pálido, flaco, sucio, barbado y temeroso; el
azadón y pico que trae al hombro, el vestido lúgubre, las piernas desnudas, los
pies descalzos, que pisan con turbación; todo me indica ser Lorenzo, el
sepulturero del templo, aquel bulto, cuyo encuentro horrorizaría a quien le
viese. Él es, sin duda; se acerca; desembózome, y le enseño mi luz. Ya llega.
¡Lorenzo! ¡Lorenzo!
LORENZO.- Yo soy. Cumplí mi palabra. Cumple ahora tú
la tuya: ¿el dinero que me prometiste?
TEDIATO.- Aquí está. ¿Tendrás valor para proseguir la
empresa, como me lo has ofrecido?
LORENZO.- Sí; porque tú también pagas el trabajo.
TEDIATO.- ¡Interés, único móvil del corazón humano!
Aquí tienes el dinero que te prometí. Todo se hace fácil cuando el premio es
seguro; pero el premio es justo una vez ofrecido.
LORENZO.- ¡Cuán pobre seré cuando me atreví a
prometerte lo que voy a cumplir! ¡Cuánta miseria me oprime! Piénsala tú, y
yo... harto haré en llorarla. Vamos.
TEDIATO.- ¿Traes la llave del templo?
LORENZO.- Sí; ésta es.
TEDIATO.- La noche es tan oscura y espantosa.
LORENZO.- Y tanto, que tiemblo y no veo.
TEDIATO.- Pues dame la mano y sigue; te guiaré y te
esforzaré.
LORENZO.- En treinta y cinco años que soy sepulturero,
sin dejar un solo día de enterrar alguno o algunos cadáveres, nunca he
trabajado en mi oficio hasta ahora con horror.
TEDIATO.- Es que en ella me vas a ser útil; por eso te
quita el cielo la fuerza del cuerpo y del ánimo. Ésta es la puerta.
LORENZO.- ¡Que tiemble yo!
TEDIATO.- Anímate... Imítame.
LORENZO.- ¿Qué interés tan grande te mueve a tanto
atrevimiento? Paréceme cosa difícil de entender.
TEDIATO.- Suéltame el brazo. Como me lo tienes asido
con tanta fuerza, no me dejas abrir con esta llave... Ella parece también
resistirse a mi deseo... Ya abre, entremos.
GASPAR
MELCHOR DE JOVELLANOS
Memoria sobre educación
pública
Las fuentes
de la prosperidad social son muchas, pero todas nacen de un mismo origen y este
origen es la instrucción pública. Ella es la que las descubrió y a ellas todas
están subordinadas. La instrucción dirige sus raudales para que corran por
varios rumbos a su término, la instrucción remueve los obstáculos que puedan
obstruirlos, o extraviar sus aguas. Ella es la matriz, el primer manantial que
abastece estas fuentes.
Abrir todos
sus senos, aumentarle, conservarle es el primer objeto de la solicitud de un
buen gobierno, es el mejor camino para llegar a la prosperidad. Con la
instrucción todo se mejora y florece. Sin ella todo decae y se arruina en un
Estado.
¿No es la
instrucción la que desenvuelve las facultades intelectuales y la que aumenta
las fuerzas físicas del hombre? Su razón sin ella es una antorcha apagada; con
ella, alumbra todos los reinos de la naturaleza. […] Así es como la instrucción
mejora el ser humano, el único que puede ser perfeccionado por ella, el único
dotado de perfectibilidad.
Éste es el
mayor don que recibió de la mano de su inefable Criador. Ella le descubre, ella
le facilita todos los medios de su bienestar; ella, en fin, es el primer origen
de la felicidad individual. Luego también lo será de la prosperidad pública.
POESÍA NEOCLÁSICA
DIEGO
DE TORRES Y VILLARROEL
Sonetos
morales (influencia de Quevedo)
Cuenta los pasos de la vida.
De asquerosa materia fui formado,
en grillos de una culpa concebido,
condenado a morir sin ser nacido,
pues estoy no nacido y ya enterrrado.
De la estrechez obscura
libertado
salgo informe terrón no conocido,
pues sólo de que aliento es un gemido
melancólico informe de mi estado.
Los ojos abro, y miro lo primero
que es la esfera también cárcel oscura;
sé que se ha de llegar el fin postrero.
Pues ¿adónde me guía mi locura,
si del ser al morir soy prisionero,
en el vientre, en el mundo y sepultura?
A una dama
Nace el sol
derramando su hermosura,
pero pronto en el mar busca el reposo,
¡oh condición instable de lo hermoso,
que en el cielo también tan poco dura!
Llega el estío, y el cristal apura
del arroyo que corre presuroso;
mas, ¿qué mucho, si el tiempo, codicioso
de sí mismo, tampoco se asegura?
Que hoy eres sol, cristal, ángel, aurora,
ni lo disputo, niego, ni lo extaño;
mas poco ha de durarte, bella Flora;
que el tiempo, con su curso y con su engaño,
ha de trocar la luz que hoy te adora
en sombras, en horror y en desengaño.
pero pronto en el mar busca el reposo,
¡oh condición instable de lo hermoso,
que en el cielo también tan poco dura!
Llega el estío, y el cristal apura
del arroyo que corre presuroso;
mas, ¿qué mucho, si el tiempo, codicioso
de sí mismo, tampoco se asegura?
Que hoy eres sol, cristal, ángel, aurora,
ni lo disputo, niego, ni lo extaño;
mas poco ha de durarte, bella Flora;
que el tiempo, con su curso y con su engaño,
ha de trocar la luz que hoy te adora
en sombras, en horror y en desengaño.
NICOLÁS
FERNÁNDEZ DE MORATÍN
Fiesta de toros en
Madrid (fragmento inicial)
Madrid, castillo famoso
que al rey moro alivia
el miedo,
arde en fiestas en su coso,
por ser el natal dichoso
de Alimenón de Toledo.
Su bravo alcaide Aliatar,
de la hermosa Zaida amante,
las ordena celebrar,
por si la puede ablandar
el corazón de diamante.
Pasó, vencida a sus ruegos,
desde Aravaca a Madrid.
Hubo pandorgas y fuegos
con otros nocturnos juegos
que dispuso el adalid.
Y en adargas y colores,
en las cifras y libreas,
mostraron los amadores,
y en pendones y preseas,
la dicha de sus amores.
Vinieron las moras bellas
de toda la cercanía,
y de lejos muchas de ellas,
las más apuestas doncellas
que España entonces tenía.
Aja de Getafe vino
y Zahara la de Alcorcón,
en cuyo obsequio muy fino
corrió de un vuelo el camino
el moraicel de Alcabón.
Jarifa de Almonacid,
que de la Alcarria en que habita
llevó a asombrar a Madrid,
su amante Audalla, adalid
del castillo de Zorita.
De Adamuz y la famosa
Meco, llegaron allí
dos, cada cual más hermosa,
y Fátima, la preciosa
hija de Alí el Alcadí.
El ancho circo se llena
de multitud clamorosa
que atiende a ver en su arena
la sangrienta lid dudosa,
y todo en torno resuena.
La bella Zaida ocupó
sus dorados miradores
que el arte afiligranó,
y con espejos y flores
y damascos adornó.
Añafiles y atabales,
con militar armonía,
hicieron salva y señales
de mostrar su valentía
los moros más principales.
No en las vegas de Jarama
pacieron la verde grama
nunca animales tan fieros,
junto al puente que se llama,
por sus peces, de Viveros,
como los que el vulgo vio
ser lidiados aquel día,
y en la fiesta que gozó,
la popular alegría
muchas heridas costó (...)
arde en fiestas en su coso,
por ser el natal dichoso
de Alimenón de Toledo.
Su bravo alcaide Aliatar,
de la hermosa Zaida amante,
las ordena celebrar,
por si la puede ablandar
el corazón de diamante.
Pasó, vencida a sus ruegos,
desde Aravaca a Madrid.
Hubo pandorgas y fuegos
con otros nocturnos juegos
que dispuso el adalid.
Y en adargas y colores,
en las cifras y libreas,
mostraron los amadores,
y en pendones y preseas,
la dicha de sus amores.
Vinieron las moras bellas
de toda la cercanía,
y de lejos muchas de ellas,
las más apuestas doncellas
que España entonces tenía.
Aja de Getafe vino
y Zahara la de Alcorcón,
en cuyo obsequio muy fino
corrió de un vuelo el camino
el moraicel de Alcabón.
Jarifa de Almonacid,
que de la Alcarria en que habita
llevó a asombrar a Madrid,
su amante Audalla, adalid
del castillo de Zorita.
De Adamuz y la famosa
Meco, llegaron allí
dos, cada cual más hermosa,
y Fátima, la preciosa
hija de Alí el Alcadí.
El ancho circo se llena
de multitud clamorosa
que atiende a ver en su arena
la sangrienta lid dudosa,
y todo en torno resuena.
La bella Zaida ocupó
sus dorados miradores
que el arte afiligranó,
y con espejos y flores
y damascos adornó.
Añafiles y atabales,
con militar armonía,
hicieron salva y señales
de mostrar su valentía
los moros más principales.
No en las vegas de Jarama
pacieron la verde grama
nunca animales tan fieros,
junto al puente que se llama,
por sus peces, de Viveros,
como los que el vulgo vio
ser lidiados aquel día,
y en la fiesta que gozó,
la popular alegría
muchas heridas costó (...)
FÉLIX
MARÍA DE SAMANIEGO
Fábulas
Fábula II- La cigarra y la hormiga
Cantando la Cigarra
pasó el verano entero,
sin hacer provisiones
allá para el invierno;
los fríos la obligaron
a guardar el silencio
y a acogerse al abrigo
de su estrecho
aposento.
Viose desproveída
del precioso sustento:
sin mosca, sin gusano,
sin trigo, sin centeno.
Habitaba la Hormiga
allí tabique en medio,
y con mil expresiones
de atención y respeto
la dijo: «Doña Hormiga,
pues que en vuestro
granero
sobran las provisiones
para vuestro alimento,
prestad alguna cosa
con que viva este
invierno
esta triste cigarra,
que alegre en otro
tiempo,
nunca conoció el daño,
nunca supo temerlo.
No dudéis en prestarme;
que fielmente prometo
pagaros con ganancias,
por el nombre que
tengo.»
La codiciosa hormiga
respondió con denuedo,
ocultando a la espalda
las llaves del granero:
«¡Yo prestar lo que
gano
con un trabajo inmenso!
Dime, pues, holgazana,
¿qué has hecho en el
buen tiempo?»
«Yo, dijo la Cigarra,
a todo pasajero
cantaba alegremente,
sin cesar ni un
momento.»
«¡Hola! ¿conque
cantabas
cuando yo andaba al
remo?
Pues ahora, que yo
como,
baila, pese a tu
cuerpo.»
Fábula VI. La zorra y las uvas
Es voz común que a más del mediodía,
En ayunas la Zorra iba cazando;
Halla una parra,
quédase mirando
De la alta vid el fruto
que pendía.
Cansábala mil ansias y
congojas
No alcanzar a las uvas
con la garra,
Al mostrar a sus
dientes la alta parra
Negros racimos entre
verdes hojas.
Miró, saltó y anduvo en
probaduras,
Pero vio el imposible
ya de fijo.
Entonces fue cuando la
Zorra dijo:
"No las quiero
comer. No están maduras".
No por eso te muestres
impaciente,
Si te se frustra,
Fabio, algún intento
Aplica bien el cuento,
Y di: No están maduras,
frescamente.
TOMÁS
DE IRIARTE
Fábulas
EL BUEY Y LA CIGARRA
Arando estaba el buey, y a poco trecho,
la cigarra, cantando le decía:
“¡Ay!, ¡ay! ¡Qué surco
tan torcido has hecho!”
Pero él la respondió: “Señora mía,
si no estuviera lo demás derecho,
usted no conociera lo torcido.
Calle, pues, la haragana reparona,
que a mi amo sirvo bien, y él me perdona,
entre tantos aciertos, un descuido.”
¡Miren quién hizo a quién cargo tan fútil!:
una cigarra al animal más útil.
Mas ¿si me habrá entendido
el que a tachar se atreve
en obras grandes un defecto leve?
Muy necio y envidioso es quien afea un pequeño descuido en una obra grande.
LOS DOS CONEJOS
Por entre unas matas,
seguido de perros,
-no diré corría-,
volaba un conejo.
De su madriguera
salió un compañero,
y le dijo: “Tente,
amigo; ¿qué es esto?”
“¿ Qué ha de ser?” –responde-;
sin aliento llego...
Dos pícaros galgos
me vienen siguiendo.”
“Sí -replica el otro-,
por allí los veo...
Pero no son galgos.”
“¿Pues qué son?” “Podencos.”
“¿Qué? ¿Podencos dices?
Sí, como mi abuelo.
Galgos y muy galgos,
bien visto los tengo.”
“Son podencos, vaya,
que no entiendes de eso.”
”Son galgos, te digo.”
”Digo que podencos.”
En esta disputa,
llegando los perros
pillan descuidados
a mis dos conejos.
Los que por cuestiones
de poco momento
dejan lo que importa,
llévense este ejemplo.
No debemos detenernos en cuestiones frívolas, olvidando el asunto principal.
Arando estaba el buey, y a poco trecho,
la cigarra, cantando le decía:
“¡Ay!, ¡ay! ¡Qué surco
tan torcido has hecho!”
Pero él la respondió: “Señora mía,
si no estuviera lo demás derecho,
usted no conociera lo torcido.
Calle, pues, la haragana reparona,
que a mi amo sirvo bien, y él me perdona,
entre tantos aciertos, un descuido.”
¡Miren quién hizo a quién cargo tan fútil!:
una cigarra al animal más útil.
Mas ¿si me habrá entendido
el que a tachar se atreve
en obras grandes un defecto leve?
Muy necio y envidioso es quien afea un pequeño descuido en una obra grande.
LOS DOS CONEJOS
Por entre unas matas,
seguido de perros,
-no diré corría-,
volaba un conejo.
De su madriguera
salió un compañero,
y le dijo: “Tente,
amigo; ¿qué es esto?”
“¿ Qué ha de ser?” –responde-;
sin aliento llego...
Dos pícaros galgos
me vienen siguiendo.”
“Sí -replica el otro-,
por allí los veo...
Pero no son galgos.”
“¿Pues qué son?” “Podencos.”
“¿Qué? ¿Podencos dices?
Sí, como mi abuelo.
Galgos y muy galgos,
bien visto los tengo.”
“Son podencos, vaya,
que no entiendes de eso.”
”Son galgos, te digo.”
”Digo que podencos.”
En esta disputa,
llegando los perros
pillan descuidados
a mis dos conejos.
Los que por cuestiones
de poco momento
dejan lo que importa,
llévense este ejemplo.
No debemos detenernos en cuestiones frívolas, olvidando el asunto principal.
POESÍA PRERROMÁNTICA
NICANOR ÁLVAREZ CIENFUEGOS
Mi paseo solitario en primavera (fragmento
inicial)
Dulce Ramón, en tanto
que, dormido
a la voz maternal de
primavera,
vagas errante entre el
insano estruendo
del cortesano mar siempre
agitado,
yo, siempre herido de
amorosa llama,
busco la soledad y en su
silencio
sin esperanza mi dolor
exhalo.
Tendido allí sobre la
verde alfombra
de grama y trébol, a la
sombra dulce
de una nube feliz que
marcha lenta,
con menudo llover regando
el suelo,
late mi corazón, cae y se
clava
en el pecho mi lánguida
cabeza,
y por mis ojos violento
rompe
el fuego abrasador que me
devora.
Todo despareció; ya nada
veo
ni siento sino a mí, ni
ya la mente
puede enfrenar la rápida
carrera
de la imaginación que, en
un momento,
de amores en amores va
arrastrando
mi ardiente corazón,
hasta que prueba
en cuántas formas el amor
recibe
toda su variedad y
sentimientos.
Ya me finge la mente
enamorado
de una hermosa virtud:
ante mis ojos
está Clarisa; el corazón
palpita
a su presencia: tímido,
no puede
el labio hablarla; ante
sus pies me postro,
y con el llanto mi pasión
descubro.
Ella suspira y, con
silencio amante,
jura en su corazón mi
amor eterno;
y llora y lloro, y en su
faz hermosa
el labio imprimo, y donde
toca ardiente
su encendido color
blanquea en torno...
Tente, tente, ilusión...
Cayó la venda
que me hacía feliz; un
cefirillo
de repente voló, y al son
del ala
voló también mi error
idolatrado.
Torno ¡mísero! en mí, y
hállome solo,
llena el alma de amor y
desamado
entre las flores que el
abril despliega,
y allá sobre un amor
lejos oyendo
del primer ruiseñor el
nuevo canto.
¡Oh mil veces feliz,
pájaro amante,
que naces, amas, y en
amando mueres!
Esta es la ley que, para
ser dichosos,
dictó a los seres
maternal natura.
¡Vivificante ley! el
hombre insano,
el hombre solo en su
razón perdido
olvida tu dulzor, y es
infelice (...)
JUAN MELÉNDEZ VALDÉS
Poesías anacreónticas
A Dorila
El amor mariposa
¡Cómo se van las horas,
Viendo el Amor un
día
y tras ellas los días
que mil lindas zagalas
y los floridos años
huían de él medrosas
de nuestra frágil vida!
por mirarle con armas
La vejez luego viene,
dicen que de picado
del amor enemiga,
les juró la venganza
y entre fúnebres sombras
y una burla les hizo,
la muerte se avecina,
como suya, extremada.
que escuálida y temblando,
fea, informe, amarilla,
Tornóse en mariposa,
nos aterra, y apaga
los bracitos en alas
nuestros fuegos y dichas.
los pies ternezuelos
El cuerpo se entorpece,
en patitas doradas.
los ayes nos fatigan,
¡Oh! ¡qué bien que
parece!
nos huyen los placeres
¡Oh! ¡qué suelto que
vaga,
y deja la alegría.
y ante el sol hace alarde
Si esto, pues, nos aguarda,
de su púrpura y nácar!
¿para qué, mi Dorila,
Ya en el valle se
pierde,
son los floridos años
ya en una flor se para,
de nuestra frágil vida?
ya otra besa festivo
Para juegos y bailes
y otra ronda y halaga.
y cantares y risas
Las zagalas, al verle,
nos los dieron los cielos,
por sus vuelos y gracia
las Gracias los destinan.
mariposa le juzgan
Ven ¡ay! ¿qué te detiene?
y en seguirle no tardan.
Ven, ven, paloma mía,
debajo de estas parras
y él la burla y se
escapa;
do leve el viento aspira;
otra en pos va corriendo,
y entre brindis suaves
y otra simple le llama,
y mimosas delicias
despertando el bullicio
de la niñez gocemos,
de tan loca algazara
pues vuela tan aprisa.
en sus pechos incautos
la ternura más grata.
Ya que juntas las mira
súbito amor se muestra
y a todas las abrasa.
Mas las alas ligeras
en los hombros por gala
se guardó el fementido,
y así a todas alcanza.
También de mariposa
le quedó la inconstancia:
llega, hiere, y de un pecho
a herir otro se pasa.
TEATRO
LEANDRO
FERNÁNDEZ DE MORATÍN
El sí de las niñas
DOÑA FRANCISCA.- Haré lo que
mi madre me manda, y me casaré con usted.
DON DIEGO.- ¿Y después,
Paquita?
DOÑA FRANCISCA.- Después... y
mientras me dure la vida, seré mujer de bien.
DON DIEGO.- Eso no lo puedo
yo dudar... Pero si usted me considera como el que ha de ser hasta la muerte su
compañero y amigo, dígame usted, estos títulos, ¿no me dan algún derecho para
merecer de usted mayor confianza?¿No he de lograr que usted me diga la causa de
su dolor? Y no para satisfacer una impertinente curiosidad, sino para emplear
método en su consuelo, en mejorar su suerte, en hacerla dichosa, si mi conato y
mis diligencias pudiesen tanto.
DOÑA FRANCISCA.- ¡Dichas para
mí!...Ya se acabaron.
DON DIEGO.- ¿Por qué?
DOÑA FRANCISCA.- Nunca diré por
qué.
DON DIEGO.- Pero ¡qué obstinado,
qué imprudente silencio!... Cuando usted misma debe presumir que no estoy
ignorante de lo que hay.
DOÑA FRANCISCA.- Si usted lo
ignora, señor don Diego, por Dios no finja que lo sabe; y si en efecto, lo sabe
usted, no me lo pregunte.
DON DIEGO.- Bien está. Una vez que
no hay nada que decir, que esa aflicción y esas lágrimas son voluntarias, hoy
llegaremos a Madrid, y dentro de ocho días será usted mi mujer.
DOÑA FRANCISCA.- Y daré gusto
a mi madre.
DON DIEGO.- Y vivirá usted
infeliz.
DOÑA FRANCISCA.- Ya lo sé.
DON DIEGO.- Ve aquí los frutos de
la educación. Esto es lo que se llama criar bien a una niña: enseñarla
que desmienta y oculte las pasiones más inocentes con una pérfida disimulación.
Las juzgan honestas luego que las ven instruidas en el arte de callar y mentir.
Se obstinan en que el temperamento, la edad ni el genio no han de tener
influencia alguna en sus inclinaciones, o en que su voluntad ha de torcerse al
capricho de quien las gobierna. Todo se las permite, menos la sinceridad. Con
tal que no digan lo que sienten, con tal que finjan aborrecer lo que más
desean, con tal que se presten a pronunciar cuando se lo manden un sí perjuro,
sacrílego, origen de tantos escándalos, ya están bien criadas, y se llama
excelente educación la que inspira en ellas el temor, la astucia y el silencio
de un esclavo.
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